Monday, January 15, 2007
Callo.
Dos hombre caminaban por el desierto, aunque parecían no tener rumbo alguno seguían decididos una ruta que solo ellos conocían.
El mas viejo de los dos hombres era muy sabio y pasaba la mayor parte del tiempo dedicado en silencio a tratar de conocer todo lo que le rodeaba. En cambio el otro hombre era joven e impetuoso y continuamente hacia alarde de su fuerza e inteligencia.
Una tarde cuando el sol se ponía y todas las dunas se convertían en bronce, el Joven miro al anciano y le dijo:
-E estado pensando. Realmente se que eres sabio y que mas han visto tus ojos y conocido tu mente que todo lo que yo podré conocer , pero nuestra marcha es tan larga y tu paso es tan lento que nunca la terminaremos. Así que creo que tendremos que seguir marchas separadas. -
(EN ESE MOMENTO EL SOL MURIO EN EL OCASO Y EL PRIMER CANTO DE UNA ESTRELLA SE ESCUCHO EN LA TIERRA)
-Tienes razón- dijo el anciano.
-Esperaremos hasta el amanecer y yo seguiré mi camino, y tú el tuyo. – añadió el joven.
-Que así sea –dijo el viejo, quien levanto luego su vista al cielo y miro el rostro de la luna en silencio para no distraerla de su faena.
Al día siguiente, el joven se levanto y sin despedirse tomo marcha a través de la arena y sus huellas fueron borradas por el viento. Su paso era vigoroso, nada le detenía, sus ojos no se volteaban a las danzas de la natura y demostraba su soberbia a las bestias del desierto pues estaba muy por arriba de estas.
Por su parte el anciano comenzó a caminar lentamente y en silencio, contemplando el movimiento del viento sobre las elegantes y perezosas dunas, sentía como este le hablaba y le movía su túnica con cuidado, se entrego en la mayor soledad al dorado siseante, siempre marchando siempre en calma, siempre observando.
Luego de un tiempo los dos hombres se volvieron a encontrar. El joven se encontraba sediento y débil, sus ropas estaban corroídas. El anciano que inmediatamente le reconoció, le brindo ayuda y le calmo la sed y el hambre con pan y agua.
La apariencia del viejo hombre era aun la misma que la de la última vez que cruzo miradas con el joven, convertido hoy en tristes despojos. El anciano no dijo nada. El sabía. Callo. Pues los pasos del impetuoso fueron borrados por el viento y la ruta que tomo olvidada por las bestias, pues estas siguieron el camino que el silencio grabo eternamente sobre la arena.
El mas viejo de los dos hombres era muy sabio y pasaba la mayor parte del tiempo dedicado en silencio a tratar de conocer todo lo que le rodeaba. En cambio el otro hombre era joven e impetuoso y continuamente hacia alarde de su fuerza e inteligencia.
Una tarde cuando el sol se ponía y todas las dunas se convertían en bronce, el Joven miro al anciano y le dijo:
-E estado pensando. Realmente se que eres sabio y que mas han visto tus ojos y conocido tu mente que todo lo que yo podré conocer , pero nuestra marcha es tan larga y tu paso es tan lento que nunca la terminaremos. Así que creo que tendremos que seguir marchas separadas. -
(EN ESE MOMENTO EL SOL MURIO EN EL OCASO Y EL PRIMER CANTO DE UNA ESTRELLA SE ESCUCHO EN LA TIERRA)
-Tienes razón- dijo el anciano.
-Esperaremos hasta el amanecer y yo seguiré mi camino, y tú el tuyo. – añadió el joven.
-Que así sea –dijo el viejo, quien levanto luego su vista al cielo y miro el rostro de la luna en silencio para no distraerla de su faena.
Al día siguiente, el joven se levanto y sin despedirse tomo marcha a través de la arena y sus huellas fueron borradas por el viento. Su paso era vigoroso, nada le detenía, sus ojos no se volteaban a las danzas de la natura y demostraba su soberbia a las bestias del desierto pues estaba muy por arriba de estas.
Por su parte el anciano comenzó a caminar lentamente y en silencio, contemplando el movimiento del viento sobre las elegantes y perezosas dunas, sentía como este le hablaba y le movía su túnica con cuidado, se entrego en la mayor soledad al dorado siseante, siempre marchando siempre en calma, siempre observando.
Luego de un tiempo los dos hombres se volvieron a encontrar. El joven se encontraba sediento y débil, sus ropas estaban corroídas. El anciano que inmediatamente le reconoció, le brindo ayuda y le calmo la sed y el hambre con pan y agua.
La apariencia del viejo hombre era aun la misma que la de la última vez que cruzo miradas con el joven, convertido hoy en tristes despojos. El anciano no dijo nada. El sabía. Callo. Pues los pasos del impetuoso fueron borrados por el viento y la ruta que tomo olvidada por las bestias, pues estas siguieron el camino que el silencio grabo eternamente sobre la arena.
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