Tuesday, May 15, 2007

En una ciudad cualquiera.


En una ciudad cualquiera, en un restaurante cualquiera, esta El sentado mirando como se enfría su sopa. Está vestido con su ropa de oficina, un triste traje negro y corbata del mismo color, la que en algún momento pensó sería elegante hoy no parece serlo mas que la cuchara que sostiene en su mano.
El se para de la mesa y deja el dinero de la sopa y algo más para la señora que le habría ofrecido la única sonrisa del día, aunque no podría decir si esto era totalmente cierto, pues ignora mucho de lo que sucedía fuera de su cubículo el que con el tiempo se ha convertido en una especie de citadela de papeles, memorandums y notas que lentamente le alejan de todo lo que conoce y aprecia. Sus paredes se extienden hasta volverse incorpóreas pero siempre presentes y lo encierran donde sea que este. El odia esto. Y al cerrar sus ojos hace que desaparezcan.
En esta noche El se entregó a sus pasos. Y caminó hasta perderse en los ojos de los demás peatones, entre las luces de los autos y en sus propios pensamientos.
Aun recuerda el día que alquilo su apartamento, aquella primera muestra de madurez. Ya era todo un hombre. Es un loft en un viejo edificio de ladrillo. Una sala que se extendía en un pequeño comedor y cocina además de una habitación con su baño. Sus paredes blancas estaban bacías ese día y aun seguían así. Pero lo que convertía ese recuerdo en su favorito es el hecho de que siente que de alguna manera era toda una vida nueva la que empezaba en aquel pequeño lugar que le recibía luego de cada día de trabajo y allí entre sus libros miraba por la ventana como el paisaje de luces moría lentamente como latidos que van desapareciendo. Y luego descansa.
Tras haber caminado por varias cuadras se quita la corbata y la enrolla para guardarla en uno de los bolsillos de su chaqueta. Siente su textura con los dedos como si quisiera leerla, totalmente concentrado, hasta que del fondo de sus recuerdos logra ver frente a si a Ella.
Ella fue quien le dijo que lucia muy elegante vestido de oficina. Ella fue quien le acompañó los primeros meses, quien le dio luz en sus frías sombras y con quien se sentaba a ver morir las luces con la cabeza apoyada en sus rodillas y sin decir palabra contestaba a todas sus preguntas.
Pero ya no estaba. Ella vive en otra ciudad, en otro país. Comía en otro restaurante y leía otros libros.
Hacia ya un año desde que se había marchado y tras de si moría el olor de la calma, pero escondido en el loft del viejo edificio de ladrillos y en las fibras de la corbata negra sobrevivía su recuerdo para torturarle.
Con el pasar de las horas sintió que la noche había mejorado un poco. El sabía que poco a poco la iba a olvidar y que seguiría con su vida. El sabia que las murallas del cubículo no estarían presentes por siempre y que aunque quisiera no miraría eternamente por la ventana, esperando a que mueran las luces. Y quizás era por esto mismo que se había entregado a sus pasos, por el hecho de que siempre eran en un lugar diferente, que aunque podrían parecer durar toda la vida, tan solo era un paso más en un largo camino que El tenia que recorrer.