((((Ya a pasado un buen tiempo desde que me puse a escribir para mi blogg, por que de escribir no he podido parar tanto por la universidad como por el simple placer de hacerlo. Pero aquí estoy nuevamente escribiendo para quien quiera leer. ))))
Y ahora que me he sentado a escribir me he dado cuenta que no tengo nada de que escribir y no es que usualmente escriba de algo muy interesante que digamos, pero esta vez en particularmente nada cruza por mi mente.
La sensación es algo extraña, me imagino que tiene que ser la misma que debe de tener el japonés de mi edad que ahora a de estar en alguna parte de Tokio comprando algún aparato que seguramente en un mes será mas que obsoleto. O la que debe de tener aquella españolita que se acaba de acostar con el pendejo amigo de su hermano.
Nada.
Y entre estas tres nadas la mía es la mas mediocre pero no la menos necia.
La mía es una de esas nadas que son cultivadas, de las que surgen tras meses de un casi total aislamiento cultural, de esas que nacen de la soledad y de la necesidad de estar en otro lugar y por un momento cambiarlo todo, aunque sea por un momento. Odio esa sensación.
Nada.
Y entre estas tres nadas la mía es la mas mediocre pero no la menos necia.
La mía es una de esas nadas que son cultivadas, de las que surgen tras meses de un casi total aislamiento cultural, de esas que nacen de la soledad y de la necesidad de estar en otro lugar y por un momento cambiarlo todo, aunque sea por un momento. Odio esa sensación.
Quizás allá lejos, en Tokio nuestro amigo nipón se encuentra en la nada que nos lleva a la repetición. Musashi como hipotéticamente se puede llamar aquel muchacho mira en silencio el aparato y decide comprarlo. Ya no siente la emoción de otros tiempos y ya ni se imagina usándolo en un futuro. Tan solo, nada. Lo tiene y ahora ¿que?, ¿esperar hasta el próximo mes para cambiarlo por uno mejor? Como desearía el poder cambiar su ser con el lugar de aquel artilugio, así en un mes ya desaparecería y uno totalmente nuevo volvería a nacer.
Maria en cambio se recoge el pelo de la frente y se cambia con prisa. ¿En que estaba pensando? En nad*. En que mas. Se detuvo en su afanosa carrera por vestirse y lo observo unos segundos. Aun no entendía el porque. Aquí la jovencita española se encontró con la nada que nos hace cometer gigantescas estupideces. De esas estupideces que te hacen pensar bien durante nueve meses, de esas que sencillamente te enseñan a amar u odiar.
Maria en cambio se recoge el pelo de la frente y se cambia con prisa. ¿En que estaba pensando? En nad*. En que mas. Se detuvo en su afanosa carrera por vestirse y lo observo unos segundos. Aun no entendía el porque. Aquí la jovencita española se encontró con la nada que nos hace cometer gigantescas estupideces. De esas estupideces que te hacen pensar bien durante nueve meses, de esas que sencillamente te enseñan a amar u odiar.
Por un momento todos cerramos los ojos y es en aquel vació en que nada sentimos que somos uno. Por nuestros errores, por nuestras ideas ausentes, por lo que queremos y por lo que sencillamente nos hace ser.
Todas las nadas son la misma nada. Aquella que te hace subir en silencio a la azotea de tu edificio y quedarte viendo al cielo para imaginarte que no hay nadie mas, la que te hace perderte entre las luces de mil anuncios de neon tan solo por los colores o la misma que te hace agradecer a las lagrimas por empañar la visión de una estupidez.
La nada, el todo, algo.
Ya se de que quiero escribir.
Todas las nadas son la misma nada. Aquella que te hace subir en silencio a la azotea de tu edificio y quedarte viendo al cielo para imaginarte que no hay nadie mas, la que te hace perderte entre las luces de mil anuncios de neon tan solo por los colores o la misma que te hace agradecer a las lagrimas por empañar la visión de una estupidez.
La nada, el todo, algo.
Ya se de que quiero escribir.